La perfección se define como “completa ausencia de error o defecto”. La perfección nos compromete con la excelencia, en todo aquello que somos y hacemos. Y eso nos ofrece una certeza y una seguridad que se refleja en la manera en la que nos relacionamos con cualquier obstáculo que nos pone la vida. Sin embargo, tiene un lado oscuro. La perfección es llamativa y deseable, pero llevarla al extremo nos hace mucho daño y nos consume. Nuestro constante afán de perfección nos hace fijarnos especialmente en todas aquellas cosas que de un modo u otro resulta ‘imperfecto’.
Miremos donde miremos, siempre hay cosas que mejorar. Pero el hecho de centrarnos en lo que no está suficientemente bien hace que a menudo pasemos por alto o demos por hecho todo lo que sí funciona en nuestra vida.
Querer mejorar o hacer las cosas bien, es un deseo saludable que nos ayuda a crecer y nos permite disfrutar de la vida. Querer ser perfectos, es una actitud que nos hace sufrir, y nos hace vivir constantemente estresados.
Debemos de desacelerar la búsqueda de la perfección y concentrarnos en lo que realmente importa y ¿Qué es lo que realmente importa?
Si trabajamos en esto podemos lograrlo. Asumir que somos imperfectos es el antídoto a la perfección.
Esta receta es mágica, cuanto más aprendemos a equivocarnos, más relajados podemos estar. Nuestra exigencia se modera, nuestra ansiedad disminuye, y nuestra vida se vuelve mejor.
Recuerden cuando algo no salga como queremos, podemos sonreír, no tomarlo tan en serio. Y si queremos, volver a intentarlo
Reflexión: “Sean mejores hoy de lo que fueron ayer, y sean mejores mañana de lo que son hoy”.
Recibe nuestras novedades, cursos y eventos en tu correo
Deja una respuesta