Mirar al pasado puede ser una de las cosas más agradables –siempre y cuando no nos quedemos atrapados en él–. Tomarse un rato para recordar puede ser muy benéfico, pues nos ayuda a reencontrarnos, a sanar y a sentirnos mejor con nosotros mismos.
Es además una forma de conectar con los demás. ¿Alguna vez te has reunido en torno a una mesa con tu familia o amigos recordando momentos que han compartido?

Cuando nos damos a la tarea de evocar nuestras vivencias y nuestros recuerdos logramos:

  • Una sensación de bienestar
  • Aumento de la calidad de vida
  • Crecimiento personal
  • Aumento de la autoestima
  • Mejora nuestro estado de ánimo
  • Ejercitar nuestro cerebro

Una canción, un aroma, una textura, una fotografía o un dibujo pueden convertirse en agentes que evocan, y, por tanto, que facilitan una conversación u otra actividad —individual o en grupo— en la que se da rienda suelta a la narración de los recuerdos.
Para concretar una conversación algunos recursos pueden ser:

  • Periódicos y revistas de antaño
  • Álbumes de fotografías
  • Películas
  • Canciones
  • Libros
  • Documentales de televisión
  • Objetos en “el baúl” o “la caja de recuerdos” personales; y grabaciones.

Los recuerdos también dotan a nuestra vida de un mayor significado, nos ayuda a lidiar con nuestros miedos y nos pueden ayudar a sacar lo mejor de una mala situación. Nos permiten ver con mayor claridad nuestras debilidades y fortalezas, nos pueden ayudar a descubrirnos y nos ayudan a revalorar la vida que hemos llevado.

Recordar es como leer un libro por segunda vez o volver a ver una película, los pequeños detalles cobran más color y podemos disfrutar el doble porque ahora vemos los pasos que nos llevaron hasta el momento presente.

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